viernes, 11 de junio de 2010

Amor entre golpes



Dedicado a todas las mujeres,
que justifican el maltrato
y mueren a manos de su hombre amado.

Cuando desperté en aquel cuarto, era muy poco lo que mis ojos podían llegar a ver. La habitación estaba en penumbras y sólo la vaga luz de unas velas alumbraba la habitación, la tenue luz creaba unas sombras que hacían crecer el miedo que sentía. Yo estaba totalmente desconcertada, mi voz no podía emitir sonido alguno por que el miedo se había impregnado en todo mi cuerpo dominándolo. Cuando traté de hacer algún movimiento me percaté que mis brazos, al igual que mis piernas estaban atados a la ruidosa silla de madera en la que estaba sentada . Mis ojos se movían rápidamente por toda la habitación, aparte de las velas en unas mesas, no había mucho más en aquel cuarto, la puerta que lograba vislumbrar estaba muy lejos de mi alcance y aún sí vencía mi miedo y gritaba por ayuda con la esperanza de ser rescatada, un mal presentimiento me decía que me encontraba muy lejos de un lugar donde pudiera ser escuchada. En la habitación no se oía sonido alguno, sólo el de los rápidos latidos de mi corazón, me atemorizó el pensar que esos mismos latidos
llamarían la atención del secuestrador. ¿Porque estaba secuestrada?, ¿no?. A mis 25 años, yo no confrontaba problemas con nadie, me había casado joven, no tenía hijos por que mi marido alegaba no estar preparado, yo casí no tenía amistades y luego del trabajo regresaba a casa, a cocinar, a mi marido le gustaba que su comida estuviera servida al él llegar, si por alguna razón me demoraba, bueno, el se enfurecía y comenzaba a insultarme. En más de una ocasión me había agarrado por el pelo, haciéndome gritar de dolor. Apesar de sus brusquedades yo lo amaba y sabía que él también a mí, sólo era un hombre criado diferente y yo tenía que acostumbrarme a su manera de ser, si quería que las cosas funcionaran en nuestra relación, al menos eso me decía él. Recuerdo el día que me vio abrazando a un amigo mío de toda la vida, de un jalón me subió al carro y fue el tremendo puñetazo en el ojo que le dio a mi amigo lo que más me dolió. Desde ese día había evitado relacionarme mucho con personas, por miedo a lo que él pudiera pensar o hacerles. Sin embargo no todo eran malas experiencias, amaba cuando sonreía, cuando el día era tranquilo y los dos nos quedabamos en casa. Donde sólo los dos existíamos y las caricias sobraban y entre tanta amargura los besos eran dulces. Sí, el me trataba bien, era yo quien lo provocaba y lo enfurecía con mis estupideces. En la última discusión que tuvimos yo me atreví a contestarle, cuánto me arrepiento de haberle alzado la voz en aquel momento, lo había hecho enfurecer, dándole el derecho a que me golpeara como nunca lo había hecho antes. Aún sentía el dolor en mis costillas cuando lo recordaba y la cicatriz en mi mano derecha que se había negado a borrarse. Estaba como una advertencia de que nunca volviera a levantar la voz a mi marido. Eran sólo dos años los que llevaba casada y ya me estaba acostumbrando a su manera de ser, a veces hasta me gustaba su fuerza y el hecho de que me celara era signo de que me amaba, o ¿no?. Yo estaba segura de que era así, apesar de sus agresiones, insultos o cuando simplemente tomaba mi cuerpo y se hacía de oídos sordos cuando yo le pedía que en otro momento, por que estaba cansada. Y es que...comenzé a escuchar unos pasos detras de mí, aquellos pasos se acercaban lentamente, como alargando el mal momento que sentía aproximarse. Cuando estuvo tan cerca, que pude sentir su respiración tras mi nuca, algo en aquella manera de respirar se me hizo familiar, pero estaba lo suficientemente atemorizada para llegar a conclusiones. Lentamente fue desatando mis muñecas, de la parte posterior de la silla y no fue hasta que se paró frente a mi para desatar mis pies, que pude reconocer al hombre, que me había secuestrado. Aquel hombre que apesar de su dureza , creí yo que siempre me había amado, ahora se le podía distinguir en los ojos un brillo de malicia, que me atemorizaba más que nunca, en mi interior sabía lo que me esperaba. Sin decir una palabra me levanto de la silla como si fuera sólo una muñeca, fue el golpe que me dio contra la pared el que me hizo romper el silencio y gritar más de miedo que de dolor. Sin hacerme caso me abofeteó la cara sin piedad, parando sólo para besar mi cuello de una manera brusca, mis lágrimas se mezclaban con la sangre que ya comenzaba a salir de mi nariz, llegando a mis delgados labios. Fueron muy pocas las palabras que profirió mi marido mientras me arrancaba la vida, las palabras tampoco llegaban claras a mis oídos por que yo estaba demasiado débil. Luego de arrojarme al suelo, con cada patada que me daba en las costillas y el abdomen, yo me arepentía de haber unido mi vida a ese hombre,patada; arrepentimiento, lágrimas y gritos débiles, que él nunca escuchaba y nunca escuchó. Había desperdiciado mi vida, no viví lo suficiente, ni había conocido tanta gente como alguna vez deseé cuando era adolescente, pero ya era muy tarde, mi cuerpo bañado en sangre yacía en el piso y los latidos de mi corazón cada vez más lentos hacían de mí una persona más muerta que viva. Yo no podía ya cambiar mi vida, mi vida acabó, sin razón, sin explicaciones, a manos de un hombre que alguna vez fue el que amé, a manos de un hombre que nunca me amó y que día tras día le justifiqué sus maltratos, sus insultos. En mis últimos momentos trate de olvidar el dolor que sentía, ignore lo que mi marido hacía con mi cuerpo que él creía sin vida, por que aun mi alma le faltaba llorar, no por mí, si no por todas las mujeres que se han comportado como yo, que han aguantado tanto por un hombre, llorar por todas las que han muerto, por todas las que morirán. Por las que apesar de conocer hoy mi historia, no darán el paso para hacer un cambio en su vida. Y un día despertarán como yo, en las sombras, silenciadas por el dolor, atrapadas en un mundo donde ya no hay vuelta atrás.

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